El sábado a la mañana venía pedaleando bajo la lluvia por las callecitas de Plátanos, Berazategui, cuando una voz me grita: «Eh, saca-foto».
No reconocí a la figura que se acercaba bajo el paraguas, con algo en brazos, pero me detuve. Seguro lo conocía del furgón. Me dijo de reparar bajo el techo de una parada. Era solamente para saludarme, para saber si seguía con la camarita.
La tenía encima. Así que sacamos una foto, bajo la llovizna sin paraguas, con la cachorrita que el flaco llevaba, dentro de un bolso, a lo de un pariente vecino. «¿Y cómo hacemos, si sale? ¿Se la dejás a alguien por acá? ¿O me mandás un mensaje? Yo te di mi número. Pablo de Plátanos». Ahí me di cuenta.
Una vez venía embalado en bici camino a la estación de Bera, y cruzamos un par de miradas con un tipo parado en una esquina. Supongo que compartimos la sensación extraña que sentí. Me siguió en bondi y me alcanzó en el andén, para pedirme una foto flashera que le había sacado alguna vez. La encontramos y se la llevó. Era el Flaco Pablo.
Le había mandado un mensaje para el brindis de fin de año. ¿Te llegó?, le pregunté. «Sí, pero no pude ir». Me pasó su número de nuevo. Nos dimos un abrazo, buen fin de semana, y seguimos nuestros caminos.
Más allá de la emotiva anécdota que da contexto, quiero volver sobre el inicio del encuentro. Sobre el vocativo que me hizo parar en plena lluvia. ¡Eh, sacafoto! «Saca-foto», una palabra que no figura en ningún diccionario, ni siquiera en el vocabulario que Pablo de Plátanos traía consigo, es una invención del momento. Simplemente se encontró con la necesidad de llamar al amigo fotógrafo… Y lo logró con poesía básica.
También, morfología generativa. Esa clase de palabras, «saca-foto», un sustantivo compuesto, hecho de un verbo y su objeto, tiene una lunga tradición, que se actualiza en forma permanente. Algunas ocurrencias perduran largo tiempo. Hay más literales (lustrabotas, sacamuelas, abrelatas), otros más metafóricos (cazabobos, amansa-locos, atrapa-sueños), con chispas de humor o ingenio (mataburros, lamebotas, comehombres), varios con actitud peyorativa o de gaste.
Muchos refieren a cuestiones sexuales, como «traga-leche», «ficha-bulto», «come-travas», o asuntos donde hay que disimular, como la falopa (arruina-guacho, corta-dedo), y varios provienen de la jerga tumbera -una gran usina de la lengua-, por citar: lava-táper, come-huevo, roba-vieja, sopla-bolsa… Y ahora mismo siguen surgiendo.
Todos tenemos en mente numerosos ejemplos y también, sobre todo, felizmente, la capacidad de seguir creando nuevas ocurrencias: sea para renombrar lo que re-conocemos, para nombrar lo que antes no había, o lo que todavía no hay.