Los sospechosos de siempre

Los sospechosos de siempre - Mirate esta. Cartas de película.

Avellaneda, 19 de julio de 2011

Hola, pa:

Te escribo con una linda excusa: hablar de una película que los dos vimos, en VHS, y a los dos nos gustó: Los sospechosos de siempre. Que además la consideraba un buen título para que hiciéramos un experimento. ¿Te acordás algo? Te hago un resumen.

La primera escena sucede “la noche anterior” en un puerto de San Diego, California. Una figura llamada “Keyser” remata de un tiro a Dean Keaton (Gabriel Byrne), antes de prender fuego el barco donde veintisiete tipos, parte de una banda de traficantes, acaban de perder la vida en un tiroteo. Por la mañana, uno de los dos sobrevivientes, un marinero húngaro de la tripulación, hospitalizado con quemaduras graves, repite con insistencia y terror el nombre de Keyser Söze, y ayuda en la confección de un identikit. Mientras tanto, el otro sobreviviente, Roger “Verbal” Kint, un estafador tullido (personificado por Kevin Spacey), acuerda contar todo lo que sabe al Agente Kujan, a cambio de impunidad. Y una serie de flashbacks, narrados por “Verbal” Kint durante el interrogatorio, reconstruyen la historia: unos vuelven a la noche anterior, la de los tiros y el fuego; otros, se remontan seis semanas atrás, cuando la policía de Nueva York había apresado por el robo de una camioneta a un grupo de delincuentes muy junados para una rueda de reconocimientos.

Es difícil recordar el argumento de tan sinuoso y complejo. Básicamente los cinco “sospechosos de siempre” (Spacey -Oscar al mejor actor de reparto-, Gabriel Byrne, Benicio del Toro, Stephen Baldwin y Kevin Pollack) resultan inocentes del robo. Y deciden vengarse de la policía mediante un golpe comando al “mejor taxi de la ciudad”: un patrullero entongado para trasladar traficantes. Los rodean con dos camionetas, les revientan las gomas; uno se para arriba del techo y les rompe el parabrisas de un masazo. Agarran el contrabando, prenden fuego y se van. La operación es un éxito, y el quinteto se traslada a Los Ángeles para vender su botín a un tal Redfoot, que les encarga otro trabajito: asaltar a un traficante de joyas. Pero el joyero no llevaba alhajas sino heroína. La banda increpa a Redfoot, y éste apunta a un tal Kobayashi, al fin de cuentas, abogado y mano derecha del mítico Söze. El ominoso Sr. Kobashayi, hace su aparición y les da un nuevo encargo al que estos hombres no pueden negarse: asaltar el barco que arde al comienzo de la película.

En el transcurso se engrandece la misteriosa figura de Söze, sobre quien corren miles de rumores que lo pintan como un criminal temiblemente inhumano. Por ejemplo, una banda adversaria, que disputaba el control de la heroína en Turquía, toma de rehén a la familia de Söze. Pero antes que mostrar debilidad, Keyser mata primero a su propia familia, luego a los secuestradores (perdona a uno para que corra la voz), y por fin a todos los parientes y conocidos de sus enemigos. Después desaparece y se convierte en leyenda. La pregunta que uno llega a hacerse es: ¿Quién es Keyser Söze? ¿Es Keaton? ¿Es Kobayashi? ¿Existe Keyser Söze? A propósito “Verbal” declara: “El mejor truco del diablo fue convencer al mundo de que no existía”.

La película, dirigida por Bryan Singer y escrita por Christopher McQuarrie (Oscar al mejor guión), como muchas de suspenso, está armada en función de la sorpresa final, al develarse el misterio. Cuando se estrenó, por la misma época que Seven (Pecados capitales), donde también Spacey hace de malo, me contó una amiga (y otra me lo confirma) que en un cine de la Avenida Santa Fe, en el afiche de la puerta, donde se veía a los cinco actores-personajes en rueda de reconocimiento, alguna persona muy guacha había dibujado con fibrón una flecha que señalaba y decía “Es éste”. Una turrada, que uno no sabía si creer o no: tranquilamente podía ser mentira. Pero entrabas a ver la película condicionado.

De todas maneras, la historia se sigue disfrutando incluso si uno conoce de antemano cómo termina. Lo más notable es la forma en que se diseminan una cantidad de detalles secundarios, que siempre permanecen a la vista y de repente se vuelven relevantes, no por la importancia de su contenido, sino por cómo ocuparon su lugar en la trama, por la trama que sirvieron para hilar. En un momento de epifanía, una recapitulación en videoclip, arman una secuencia asombrosa por obvia, y explicitan el “deja vu” en la mente del detective y el espectador. Seguro que vos, viejo, como yo y muchos, cuando terminaste de verla la primera vez, pensaste “Tendría que mirarla de nuevo”.

Lo que noté cuando la volví a ver (esta vez en Internet) es que “Verbal” Kint, un improvisador y narrador tremendo, usa los hipervínculos con una facilidad asombrosa: o sea, con los datos caprichosos que le tira la situación, con el entorno más inmediato, va componiendo un pasado coherente, y se va construyendo un personaje (Keyser, él mismo en tercera persona) que vela su verdadera identidad. Acordáte de que se lanzó en 1995, antes del Facebook. Con esto de armar historias haciendo copy-paste con algo de cada hiperlinkeo, como si hicieras zapping y tomaras un dato de cada canal para incorporarlo a tu narración, Verbal me resulta un personaje (como la película) muy de nuestro tiempo.

Vos sos de otra época, y ahora más que nunca, del pasado, aunque te adaptaste bastante (pensar que íbas a bailar con las orquestas típicas y terminaste escuchando tangos en un MP3). Después de jubilarte, tuviste un tiempo de ir al cine todas las semanas. Pero tu lugar favorito fue la cama, frente a la tele, con los controles remotos, la revista del cable y las pilas de DVDs que mamá trocaba semanalmente con amigas y vecinos. Horas y horas alternando entre las ficciones chatas de los noticiosos, el clásico argumento del partido de fútbol con puestas en escena y elencos cambiantes, y montones de películas, muchas ya vistas y apenas recordadas, o memorables. Los últimos años, tus ojos empezaron a secarse y fuiste perdiendo visión. Me decías que ya no podías leer los subtítulos, así que tenías que elegir películas en castellano o dobladas, para que los sonidos y los diálogos te guiaran entre las sombras coloridas y contornos difusos que percibías en la pantalla.

Quería que hiciéramos el experimento de mirar juntos esta película (doblada al español), y después filmarte con la cámara de fotos y que vos me contaras lo que habías visto, oído, recordado, conectado… Rehacer la película según tu percepción y tu memoria: un videíto con el relato de tu versión, y agregarle unas fotos, unas secuencias y capaturas de pantalla. A semejanza y diferencia de “Verbal”, con unos pocos datos del entorno (luces y sonidos), y sobre todo el archivo de imágenes de tu memoria, recomponer el presente. Más que nada, una excusa para pasar un rato juntos, para mantener viva la charla, inventar algo nuevo, que nos interesara, que nos distrayera un poco, y que nos ayudara a vivir mejor en estas condiciones.

Vivías en una ficción permanente (y quién no, ¿no?), aunque a lo último te costaba mantenerte en esas historias fabulosas, llenas de acción e intensidad, donde lo excepcional se da constante, pero que igual cada vez te deparaban menos asombro y más reconocimiento del oficio. Una frase amarga y convincente, cuyo autor ignoro, afirma que “el dolor es la conciencia de la vida”. Supongo que tu pie no te dejaba pasear tranquilo por esos mundos imaginarios, rodeado de tus viejos conocidos, actores y personajes. Cada vez más rápido, el dolor te traía de nuevo a la ardua realidad de tu cuerpo en decadencia, y a la cansadora cotidianeidad.

Me acuerdo cuando te internaron el año pasado para las fiestas. Tu pierna andaba para la mierda y la lúgubre clínica de PAMI no influía nada bien sobre tu ánimo, ni el de nadie. Un día decidimos que no tenía sentido quedarnos al lado de la cama a verte dormir. Que las enfermeras se ocupaban, que mejor ir cada cual a descansar a su casa. Amaneciste atado a la cama, con moretones en los antebrazos del esfuerzo por zafarte: delirabas, pretendías escapar desnudo por los pasillos y habías armado un gran quilombo de gritos y destrozos menores. Esa noche me quedé con vos. Me contaste que no sabías bien lo que había pasado. De entre la confusión por las medicaciones, el cagazo, y la extrañeza del lugar, retenías fragmentos, escenitas: había cinco mujeres agarrándote, vos les pedías que no te ataran, gritabas por Gonzalo y por mí, que llamáramos a la policía. Las empezaste a amenzar: Que te dejaran solo o ibas a quemar el barco. “Les voy a quemar todo el barco”. Después, del televisor, que colgaba en lo alto de la pared, y donde ocurría una carrera de caballos, o indios y vaqueros, habían empezado a salir chispas y llamas. Entonces te tranquilizaste, te dijiste: “Estoy trabajando en una película, seguro que va a pasar algo, una magia que me va a liberar”. Llegó el sueño, y luego el día.

Me pregunto: ¿Cuánto habrás alucinado aquella noche y cuánto inventado después? Me gustan mucho las improvisaciones. Y me intrigan las relaciones entre imaginación y memoria. Creo que, para formarse una memoria viva, hay que entrenar la percepción, retener los detalles que la impregnan.

Al final de la peli, Roger “Verbal” Kint sale rengueando de la comisaría, pero a los pocos metros, mientras al policía le empiezan a caer las fichas, se vuelve Keyser Söze, y camina bien. Un auto lo pasa a buscar y se lo lleva de nuevo al misterio. El detective sale apurado a la calle y, creyendo que lo puede reconocer, busca con los ojos a un fantasma.

Tu última tele era un tubo, de 20». Cuando se apaga, hay un punto de luz que persiste un buen rato.

 

Publicado en Mirate esta. Cartas de películas, Ensayos en Libro, Buenos Aires 2011.

 

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