Estoy en Babia, llevo lentes de sol
y auriculares: la tarde está blanca de luz
y ensordece el barullo.
Traigo las suelas flacas,
en la ropa el polvo de los caminos,
la piel de la cara quemada.
Quiera o no, subrayo la frontera.
Soy el que alienta las ganas
de traspasarla y el argumento
del que monta guardia.
Lo diferente nos tira
como temor o deseo.
Pero ¿me van a repeler o asimilar?
¿Soy una amenaza? ¿Un mensaje
de invasores? ¿Un pionero del exilio?
Uno que desafía la armonía:
¿qué nos une y nos iguala?
¿Qué nos distingue?
Me buscan rasgos familiares,
me interrogan centinelas:
“¿Qué dejaste atrás?»
Tierra.
“¿Qué se te dio por meterte en esta?»
La vida cuesta menos,
se ve más horizonte.
“¿Tan fuerte es la esperanza
para mandarte a territorio ajeno?»
Si la esperanza es quedarse…
Yo le tengo fe a mis pasos.
“¿Qué llevás en la mochila?»
Papeles, unas frutas, un licor.
Diviértanse con los apodos,
con los ademanes que tapan
los huecos entre mis palabras,
con la tonada antes de que se diluya
y se me pegue la música de su dialecto.
El futuro me reclama
la memoria,
lo mismo que el pasado,
que se borra
y se reescribe.
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