El hombre de la bolsa

 

Pasado desconocido, presente mísero:
dos sacos, dos pantalones,
crenchas, gorro de lana, grasientos,
barba gris y un desprecio de ojos rojos:
nunca nada de manos de nadie.

Juntaba puchos en las paradas
y espantaba a los chicos con gruñidos,
un palo y una bolsa de arpillera:
su amenaza se oía en las comidas,
en las tareas, en lo que hiciera renegar.

Quién sabe, llegó un viernes
con los puestos de la feria, que descartan
lo que se pone feo, las sobras.
Tomando sol o frío, esperaba al final
del pasillo de changuitos.

Cuestión que se afincó
en una construcción abandonada:
cuatro paredes sin techo, cerca
del acceso. Y la intemperie
trajo más.

Compartieron caridad, enseres,
un fuego, los trapos amuchados,
como cachorros que chupan y juegan
con las tetas viejas de la vida perra.

Los días bajo cero, las olas de calor,
inundaciones, peleas, pestes, palman.
Ya fue. Ya está.