Rif

 

El placer, el vigor, el estruendo,
una muchedumbre a los pies del escenario
ante los parlantes de áspero vibrar,
cuerpos, cueros, tachas, saltos, choques,
convulsión de cabelleras, el tumultuoso
Rif, en cueros tatuados, tachado.

No era bien parecido
a nadie aburrido y sensato:
motoquero, faroles torcidos
y colorados, labios rockeros,
qué nariz picante, qué perturbadores
guitarrazos de ánimo.

Románticas disputas a cuchillo
por queridas transitorias
y asuntos de sustancias: cicatrices.
No se mató ni lo mataron, se fue
muriendo por la sangre. Un aguijón,
varias picaduras, rocanroles varios
entre piernas promiscuas.

Y se negó a vivir
como un enfermo; se supo condenado:
estadías en la blancura, entre algodones,
agujas, toses agudas,
pabellones con otros que cuentan
inciertos días restantes, pérdidas
de peso, manchas, cócteles,
con un ladrón de fuerzas en el cuerpo
y sonrisa torcida, ven la crueldad
con que se cobran los excesos.

Con la máscara del sufrimiento
auténtico representó la farsa
de lo verdadero: colectivos sordos
a discursos de memoria, ciegos
a la folletería, monedas evasivas
trocadas en entradas a conciertos.
Rif gozó hasta el fondo:
vino y seven up,
la cabeza sacudida,
los oídos saturados.