La lucha

 

Carisma bruto y los brazos de un oso.
Pensaba ganarse la vida sin gastarse
el lomo como los trabajadores:
a los golpes. Pero no se llega
sin disciplina, sin obediencia:
el que madruga y acata, sirve;
y el que no, está en la lona.

Hizo guantes, le daban
unos pesos, y se ganó la simpatía
de Don Chicho. Las canas doradas,
dos dientes, la joyería, como un señor feudal,
distribuía la riqueza entre los necesitados
para tomar el bombo, la bandera, la calle.
Y apadrinó al crédito local
en un plantel de lucha libre.

Peleó con falsos titanes
por la periferia. La fama,
ajena: una máscara roja.
Nombre doble y doble vida.
Comienzo entre abucheos,
que bancan el espectáculo, con los malos
ventajistas y mañosos. Hasta los buenos
gestos, y la frecuencia en el triunfo,
que todos adoran. Bueno y malo
es una lucha de matices.

Miden sus fuerzas los rivales,
los compañeros en el ring,
saludo desde orillas,
y al centro de un salto,
retumbar de maderas,
choque calculado,
danza forzuda,
giros de colores,
vuelcos, estrépitos
de tablas, barullo de tribuna,
cuenta, contra, cuenta,
las manos arriba.

Admirado del tumulto infantil,
atrás del telón, sin disfraz,
se convierte en lo que es:
uno
entre tantos, en la lucha privada
de público, que busca ganar
algo.